Cuando mi madre ya estaba muy ancianita, empezó a perder su mente, pero acostumbraba los viernes en la cena sentarse a mi lado, y le gustaba recoger todos los cubiertos y jugar con ellos. Era difícil la comunicación pero en cuanto yo le empezaba a cantar la canción de María Félix que inicia “Acuérdate de…” ella continuaba cantando “Acapulco, María bonita, María del alma” y la entonaba hasta el final, con su dulce voz quebrada.
Fui muchas veces a Acapulco. En cuanto llegaba se sentía el calor y la humedad deliciosa de un aire perfumado que auspiciaba las vacaciones deseadas. Ir a comer al Kookaburra o Madeira, viendo desde lo alto la hermosísima bahía, hacía sentir que estaba uno en el “Top of the World”.
En el horizonte se enseñorea la cruz de un rico que la donó generosamente, la Cruz de Trouyet.
¡Oh, aquel Acapulco!, donde Aca Joe inventó un diseño y una marca de ropa que hacía que esperáramos en línea un buen rato para adquirir las deseadas camisas y chamarras que además anunciaban la marca, lo que nos convertía en una publicidad ambulante.
Dos personajes, Carlos Anderson y Charlie Skypes, diseñaron una manera de comer alegre y especial muy mexicana y muy divertida: los restaurantes Carlos’n Charlie’s, que irrumpieron en la costera, haciendo que el sistema de meseros y la alegre farándula los convirtieran en una marca internacional que he encontrado en el Caribe y en España, amén de todo México. Y que hoy maneja Jan Kruham con gran destreza.
Una cosa curiosa es cómo la Costera se fue desenvolviendo de tres playas hermosas (Caleta, Caletilla y Papagayo) hacia Hornos, Pichilingue y más tarde Punta Diamante.
El jets et por décadas visitaba la Baby Oh!, donde generaciones de jóvenes ricos y poderosos capitalinos acudieron al lugar de Eduardo Césarman, que por el hecho de ser el dueño se convirtió una celebridad entre la élite de México.
Armando Sortres hizo un club de playa que se llama Armando’s Le Club donde acudía el jet set mundial; no era extraño encontrar artistas como Johnny Weissmüller (Tarzán) codeándose con príncipes, duques, artistas y personajes de todo el mundo.
Mucho del éxito de Armando se debía a su esposa, que se enamoró de uno de los famosos clientes e hizo que Armando’s Le Club perdiera el glamour.
La cacería y el “ligue” de gringuitas guapas era el deporte de todos los hombre que acudíamos a Acapulco, desde los clavadistas de “la quebrada” continuando con los salvavidas, los lancheros, hasta la “upper middle class”.
Tengo un amigo llamado Rafael que aprendió a hablar inglés sólo para poder enamorar americanas. Y le fue bien.
Tuve oportunidad de asistir a la inauguración de una discoteca que se llamó “UBQ” (Ubiquo) donde mecánicamente se abrían unas puertas del fondo que mostraban el mar, y en algún momento el techo para mostrar las estrellas. El rey de la noche de inauguración fue un personaje que era llamado el Mr. Acapulco, Teddy Stauffer, quien bailaba con dos bellezas, una morena de ébano y una rubia de mármol. Había una tremenda languidez y sexualidad en la manera como ellos se conducían.
En una ocasión salí desde México con unos amigos, en ropa de montaña, para ir a excursionar en el estado de Morelos, pero la persona que nos dio el “aventón” iba a Acapulco, por lo que nos seguimos; y aunque no teníamos dinero, dormimos en el hotel llamado en broma “cama arena”, o sea, tirados en la playa, usando como almohada las mochilas. Estábamos tan cansados que no notamos que alguien nos robó las mochilas, con los pocos centavos que teníamos, dejándonos en traje de baño y hambrientos. Después de deambular recogiendo sobrantes de comidas de la playa, tuvimos la suerte de encontramos a un artista-luchador-intelectual Wolf Ruvinskis, con quien nos aproximamos para pedirle 100 pesos para comer y un aventón de regreso a la “capirucha”, lo que terminó siendo una jornada feliz.
Todos los fines de año acudíamos a ver espectáculos de cantantes como Luis Miguel (de niño), Emmanuel (no tan niño) y Juan Gabriel, que era un show delicioso porque le ponía talento y energía, haciendo una fiesta.
Ahí conocí a Tina Turner, Garibaldi, Las Flans y una centena de artistas de actualidad que hacían que el cambio de año fuera maravilloso, inolvidable y tuviéramos un final y un principio feliz.
Fuimos constantes por 40 años y compramos tiempos compartidos en las Torres Gemelas, en la Torre Acapulco, en el Pierr Marques y en el Princess, que tiene especial historia, pues ahí vivió en su locura final Howard Hughes. En una ocasión María Félix se sentó en la mesa donde comíamos, simplemente porque le caímos bien. Usaba un vestido transparente que permitía ver a sus 60 años un cuerpo espectacular, cubierto por dos pequeñas tiras de ropa. Di Blassio nos bañó de cascadas de notas musicales con las que nos deleitó muchas veces.
Un hotel especial fue el Villa Vera, donde se decía que había una bacanal permanente. Me sorprendía la facilidad con que pudibundas damas se desprendían de sus vestidos junto a la alberca y se quedaban en pequeñas tangas… Me enamoraba cada 15 minutos.
Hoy Acapulco, herido por el huracán Otis, tardará, según los expertos, 10 años en recuperarse. Me pregunto si se acabó la magia para siempre o si el recuerdo de mi madre cantando “Acuérdate de Acapulco, María Bonita” podrá volver al delicioso glamour.
Comentarios al correo: jose.galicot@tijuanainnovadora.com
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Artículo de José Galicot, presidente de Tijuana Innovadora, publicado originalmente en la sección Opinionez del Semanario Zeta
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